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Un día en el parque

4-III-2016

Un día en el parque

Julia, como de cos­tum­bre cada primero de mes, acaba­ba de salir de su libr­ería favorita; una de esas chiq­ui­ti­tas pero encan­ta­do­ras, una de segun­da mano, donde el olor que envuelve todas las pare­des la lle­va fasci­nan­do toda su vida, des­de que era niña. Manuel, el dueño, ese hom­bre bonachón que no duda en hac­er un «prés­ta­mo» a cualquier veci­no del bar­rio si sabe que para el bol­sil­lo de su com­padre hay necesi­dades más acu­ciantes que la lec­tura, le tiene prepara­do un libro que él cree que va a gus­tar­le, y que Julia com­prará jun­to con el que ella mis­ma eli­ja sin siquiera leer la sinop­sis, con­fian­do ple­na­mente en el cri­te­rio de Manuel y en los años que hace que se cono­cen… sufi­cientes como para saber exac­ta­mente qué nece­si­ta sin siquiera pedírse­lo.
Tam­bién, como siem­pre suele hac­er Julia nada más salir de la libr­ería, cam­i­na unas man­zanas has­ta lle­gar a un pequeño par­que poco tran­si­ta­do donde suele ten­er la sufi­ciente tran­quil­i­dad como para poder leer al menos las primeras pági­nas del libro que Manuel ha elegi­do para ella. Ése suele ser uno de los momen­tos más pla­cen­teros para ella.

Pero ese día fue difer­ente; cuan­do llev­a­ba no más de diez pági­nas se per­cató de que al otro lado del par­que había un hom­bre con un com­por­tamien­to un tan­to extraño; parecía, se dijo, uno de esos leones que veía en el zoo cuan­do era niña, que and­a­ban de un lado a otro, deses­per­a­dos, porque no tenían espa­cio sufi­ciente en esas dimin­u­tas jaulas para cor­rer lo que nece­sita­ban; quizá por eso hacía tan­to que no iba al zoo… al menos en los doc­u­men­tales que ponen de vez en cuan­do en la tele­visión se les ve en su hábi­tat y con espa­cio más que sufi­ciente para cor­rer. Ese hom­bre esta­ba imi­tan­do con tal exac­ti­tud el com­por­tamien­to de esos leones que no le costa­ba demasi­a­do imag­inárse­lo con una cabeza de león en lugar de la suya y emi­tien­do el rugi­do car­ac­terís­ti­co de estos ani­males.
«No es mi prob­le­ma, no es asun­to mío, que haga lo que le dé la gana… yo he venido aquí para leer y es lo que debería estar hacien­do», pen­só.
Sigu­ió leyen­do, claro que sí, pero a veces tenía la sen­sación de que pasa­ba las pági­nas sin casi enter­arse de lo que esta­ba leyen­do, porque sus ojos iban lev­an­tán­dose cada cier­to tiem­po para ver si ese hom­bre seguía allí. Y así es: seguía. Y su cere­bro no podía estar más lejos del libro que tenía entre las manos.
«Bueno, puedo hac­er como que voy para allá, me acer­co un poco, y así al menos si está hablan­do por telé­fono podré ver­lo mejor y me quedaré tran­quila». Y sin más, guardó su nue­vo libro en la bol­sa, se lev­an­tó, y fue hacia donde esta­ba aquel hom­bre.

En con­tra de lo que pue­da pen­sarse, su sen­sación no era de inse­guri­dad; aquel hom­bre no le inspira­ba temor ni descon­fi­an­za, más bien le inspira­ba tris­teza. Creía haber apren­di­do durante todos estos años, por su tra­ba­jo, a dis­tin­guir a las per­sonas que… por así decir­lo… no están en su sano juicio… y éste, creía, no era uno de ellos.
Con­forme fue acer­cán­dose se dio cuen­ta de que sí esta­ba hablan­do; algo que no entendía, claro está; lo tomó por un bal­buceo más con­si­go mis­mo que con otra per­sona, porque ni siquiera tenía el telé­fono en la mano.
Cuan­do estu­vo a una dis­tan­cia lo sufi­ciente próx­i­ma como para que el hom­bre la oyera si le decía algo, pero lo bas­tante ale­ja­da para poder salir de ahí cor­rien­do si había algún prob­le­ma, alzó un poco la voz y le pre­gun­tó:
—Oiga señor, ¿se encuen­tra bien? ¿Tiene algún prob­le­ma? ¿Puedo hac­er algo por ust­ed?
El hom­bre lev­an­tó la cabeza, como si acabara de ser con­sciente de que tenía a alguien cer­ca de él; es más, por su expre­sión, cualquiera diría que acaba­ba de ser con­sciente de que él mis­mo esta­ba allí en ese momen­to. Un poco ruboriza­do por la situación y agachan­do de nue­vo la cabeza le dijo:
—No, muchas gra­cias, estoy bien. Dis­cúlpeme que haya tenido que pres­en­ciar esta esce­na tan desagrad­able, no era mi inten­ción; esta­ba dán­dole vueltas a la cabeza y ya sabe, a veces uno no es con­sciente de lo que pasa a su alrede­dor.
Con estas pal­abras que acaba­ba de oír de ese mis­te­rioso hom­bre, Julia ya no tenía duda de que aquel no era un hom­bre con una enfer­medad men­tal como los que acos­tum­bra­ba a tratar, aquel hom­bre tenía un prob­le­ma, y ella aho­ra mis­mo mucho tiem­po libre, quién sabe si podría echarle una mano…

—Dicen que los prob­le­mas si se com­parten son menos prob­le­mas —dijo Julia—. Ust­ed no me conoce, yo no le conoz­co, y prob­a­ble­mente no volva­mos a cruzarnos nun­ca en esta ciu­dad; quizá si me cuen­ta lo que le hace estar tan… nervioso… podría dar­le mi opinión des­de la per­spec­ti­va de no ser parte del prob­le­ma y quizá pue­da servir­le de ayu­da.
—Bueno, está bien… Vién­do­lo de ese modo… Pero por favor, ya que voy a con­tar mis prob­le­mas, ¿qué tal si nos tuteamos? Me llamo David, ¿y tú?
—Vale David, yo me llamo Julia. Cuén­tame, ¿qué te ha pasa­do?
—Mi mujer me es infiel, la he pil­la­do con otro hom­bre, supues­ta­mente un ami­go suyo, así que a saber cuán­to tiem­po hace…
Julia pen­só cómo estaría si fuera Ser­gio el que estu­viera sién­dole infiel a ella; y no pudo menos que sen­tir una inmen­sa tris­teza por este hom­bre que acaba­ba de cono­cer.
—Vaya, lo sien­to mucho, David. ¿Qué has pen­sa­do hac­er al respec­to?
—¿Qué voy a hac­er al respec­to? No lo sé, nada supon­go; decírse­lo y ale­jarme, dejar­les vía libre… total, él es el hom­bre que toda mujer quisiera ten­er, en cam­bio yo…
—Anda, ya será menos. Eso es gen­er­alizar demasi­a­do ¿no crees? Cada mujer tiene un gus­to difer­ente, a mí por ejem­p­lo no tiene por qué gus­tarme lo mis­mo que a tu mujer.
—Seguro que sí, creo que ten­go una foto por aquí, en el grupo de What­sApp, ¿te apetece ver­la?
—Ven­ga, enséñamela, estoy dis­pues­ta a sacar­le todos los defec­tos que le vea para hac­erte ver que ese hom­bre no es más que tú; si tú mujer está con­ti­go es porque te quiere, y lo de ese hom­bre puede haber sido un desliz y quizá has­ta se haya arrepen­ti­do ya. Seguro que si lo habláis podéis solu­cionarlo. Ven­ga, enséñame esa foto, verás tú.
Julia no ter­mina­ba de creer del todo lo que decía. Claro que cabía la posi­bil­i­dad de que hubiese sido un error, se hubiera arrepen­ti­do, y esta noche la pasaran como seguro fue la primera noche que pasaron jun­tos tiem­po atrás, pero el tiem­po le había enseña­do que las cosas nor­mal­mente nun­ca eran fáciles, y que la vida tiende a ser lo más injus­ta posi­ble con aque­l­los que no lo mere­cen.
—Mira Julia, es él —le dijo tendién­dole el móvil con la mano, para que pudiera ver­lo—. No sé si verás demasi­a­do con este sol que nos acom­paña hoy y esta asquerosa pan­talla del móvil.
—Tran­qui­lo, no hay prob­le­ma, seguro que veo lo sufi­ciente como para sacar­le al menos diez defec­tos en unos min­u­tos —dijo Julia mien­tras cogía el móvil y se lo acer­ca­ba para poder ver a esa belleza de la nat­u­raleza que segu­ra­mente no sería para tan­to.

Julia se quedó un rato miran­do el móvil, sin decir nada.
David ya sabía que era un chico muy guapo, pero pen­só que al menos ya que Julia se había intere­sa­do por su situación podía fin­gir unas cuan­tas críti­cas banales, más por hac­er­le sen­tir mejor que porque fuer­an reales.
—Lo sien­to David —dijo Julia devolvién­dole el móvil—, por más que me he esforza­do no puedo encon­trar­le esos diez defec­tos a los que me había com­pro­meti­do, sólo le he encon­tra­do uno.
—Ah, uno sólo… ¿Y cuál es? —dijo David sor­pren­di­do.
—Que es un infiel. Él es Ser­gio, mi mari­do. ¿Te apetece una copa, David? Ahí delante ten­emos un bar, yo invi­to.

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4 comentarios

  1. Vaya con las casu­al­i­dades… 😛 jaja­ja­ja­ja­jaa­ja

    ¡Besos!

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    • Jaja­ja, cuan­do empecé a escribir no tenía ni idea de qué final iba a ten­er todo esto. Quizá quedó un pelín pre­deci­ble, pero es lo que me vino a la cabeza. 😛 Besos.

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