La oficina, ese lugar tranquilo
28-III-2016
Su turno no daba comienzo hasta las 9 de la mañana, pero salvo los primeros meses nunca más había llegado a esa hora. La empresa nunca cerraba sus puertas, pero en su zona de trabajo, tanto por las noches como hasta poco antes de que iniciara la jornada de trabajo, los únicos que quedaban dentro eran los vigilantes de seguridad.
Cuando llegó a la empresa, hace ya tres años, quizá más por costumbre que porque realmente creyeran que alguien iba a hacerlo, sus superiores le indicaron que como la empresa estaba veinticuatro horas abiertas, si necesitaba hacer «cualquier cosa» podía entrar y salir con su tarjeta de identificación aunque estuviera fuera de su horario. A cualquier otra persona esto le hubiera molestado, ya que la indirecta que estaban dándole no podía ser más directa… pero no le molestó, en absoluto. Al principio no dudó en llegar un rato antes para prepararse las cosas para empezar el día con relativa tranquilidad; después, conforme fue cogiendo confianza, ya no sólo iba un rato antes sino mucho más; a veces para adelantar trabajo; otras veces, las que más, dedicaba ese rato a leer, a dibujar, a escribir, o simplemente a pensar; cualquier cosa que encontrara relajante. ¿Que por qué no hacía todo eso en su casa? Porque su casa ya no era su hogar; algún día, hace mucho tiempo, sí lo fue, pero ya no… no desde que ya no está su pareja. Cualquier excusa es buena para pasar el mínimo tiempo posible en casa.
Pasaron los meses, incluso los años, y jamás había visto que ningún otro compañero de trabajo llegara antes porque necesitara hacer «cualquier cosa»; no habían sido pocas las charlas que había mantenido con los vigilantes de seguridad de la empresa, que aunque cada vez más aisladas en el tiempo, quizá viendo que era un caso perdido, no dudaban en interesarse por los problemas que pudiera tener para que tuviera esas costumbres tan poco usuales. Para desgracia de ellos, y quizá suya también, no solía confiar en nadie sus problemas, por lo que siempre obtuvieron evasivas por respuesta. Estaba a gusto allí: estaba fuera de casa, se estaba bastante tranquilo normalmente, la oscuridad invadía su espacio físico —y mental—, y mientras que los vigilantes no se aburrieran demasiado ni siquiera tenía que hablar con nadie más… ya habría tiempo para eso durante la jornada laboral.
Un día el sonido que precede a la apertura de la puerta hizo que cortara en seco todos sus pensamientos antes de tiempo. La sorpresa fue mayúscula: en tres años jamás había oído que se abriera esa puerta antes de las 8:55. No podía ser ningún vigilante porque, en teoría, ellos tienen prohibido abandonar el recinto; y en cualquier caso ellos deben usar otra puerta diferente, así que esa hipótesis estaba descartada. Su mesa de trabajo quedaba a espaldas de la puerta, por lo que no le fue posible ver quién entraba desde donde estaba; esperó un poco para darle tiempo a entrar y poder celebrar así, aunque fuera interiormente, lo que en su mente veía como un acontecimiento histórico. No vio a nadie. Rápidamente pensó que sería alguien de los que tenían el puesto de trabajo a la entrada: Carmen, Mireia o Jesús; y como no esperaban que hubiera nadie a esas horas ni siquiera pasaron a saludar. Sin pensárselo más fue a ver quién era.
Ni Carmen, ni Mireia, ni Jesús: allí no había nadie. Miró las mesas, los despachos, las habitaciones de material, la zona de cafetería, los cuartos de baño… nadie; estaba todo igual de vacío que cuando había llegado una hora y pico antes. «¿Qué le habrá pasado a esta maldita puerta? No recuerdo que nunca haya fallado» —pensó—. «Bueno, que no haya fallado nunca no quiere decir que nunca pueda fallar». No le dio más importancia y volvió de nuevo a su puesto de trabajo; estuvo intentándolo un rato, pero ya no recodaba en qué estaba pensando antes de la inesperada interrupción; buscó con la mirada a algún vigilante de seguridad pero no encontró en ese momento a nadie… podían estar haciendo rondas en otra zona, o incluso en otra planta, eso era algo frecuente. «Pues nada, ¡a leer toca!» Sacó el libro que tenía a medias y se concentró en su lectura.
De nuevo el sonido de apertura de la puerta; interrumpió su lectura, dejó rápidamente el libro sobre la mesa y salió a ver quién había. Nadie, allí sólo estaba él. Cogió el teléfono que tenía a su lado y marcó la extensión de Seguridad, aquéllo ya no le parecía ni medio normal. Dejó sonar el teléfono hasta que terminó la llamada: no contestó nadie. Cogió su teléfono móvil y llamó a Jorge: uno de los vigilantes que tenían guardia esa noche: mismo resultado, tampoco cogió su llamada. Llamó también a María y a Andrés: los otros dos que formaban el turno de Seguridad ese día; tampoco contestaron a sus llamadas. Por si lo de la puerta no terminaba de resultar suficientemente extraño, el hecho de que en Seguridad no hubiera nadie para atender a las llamadas, y que ninguno de los tres vigilantes de seguridad de esa noche atendieran las llamadas directas a sus móviles era del todo incomprensible. Los nervios estaban apoderándose tanto de su cuerpo como de su mente; ya no sabía qué hacer. Era el primer día desde hacía tres años que estaba arrepintiéndose de haber acudido antes al trabajo.
Volvió a sentir la sensación más desagradable que recuerda: en aquella enorme sala repleta de ordenadores y sin apenas paredes sentía claustrofobia. Se sentía realmente mal, como desde los 16 años no se había vuelto a sentir; se veía dentro de aquel ascensor, que entonces parecía el más pequeño del mundo, y no notaba diferencia alguna respecto a como estaba sintiéndose en aquel momento. Empezó a correr únicamente pensando en salir de aquella sala lo más rápido posible; daba igual dónde ir, lo único importante en aquel momento era estar con alguna otra persona. Sin siquiera pararse a pensar que había llamado a la extensión de Seguridad y nadie había contestado corrió a toda prisa hacia allá, como si esperase que de repente aquello estuviera repleto ya no sólo de vigilantes de seguridad sino incluso de policías y hasta el ejército si era necesario.
Y cuando llegó lo que vio fue mucho peor que si simplemente se hubiera conformado con la ausencia de respuesta a su llamada: los tres vigilantes de seguridad yacían en el suelo, muertos. Pero no simplemente muertos: lo que veía era mucho peor; estaban descuartizados, sin ropa, no quedaba ni una parte de sus cuerpos intacta. Aunque sólo sea por los documentales, recordaba el delicado trabajo que suelen hacer los buitres cuando se dan cuenta que alguien ha muerto y no hay ningún otro animal para arrebatarles el bocado. Si no fuera porque sabía que era imposible que un buitre se hubiera colado allí… pero ¿quién se había podido colar? ¿Quién tendría interés en hacer todo aquello? ¿Qué querría conseguir? ¿Había sido únicamente una persona o más de una? Si tuviera que hacer caso de lo que su mente imaginaba en aquel momento sin duda sería un ejército de mercenarios armado hasta los dientes, pero probablemente aquello fuera tan irreal como lo del buitre.
«Uhm, ¿qué es esto?» —pensó—. Junto al cadáver de María empezaba a teñirse de rojo un papel; se agachó y lo recogió antes de que la propia sangre le impidiera saber qué era. En ese momento se olvidó de sus ganas de huir, de sus nervios, y se olvidó incluso de que uno —o varios— asesinos andaban sueltos por el edificio: lo único que tenía en mente es curiosidad, curiosidad por saber qué era aquello que estaba junto a la vigilante de seguridad. Leyó, susurrando pero en voz alta, como si necesitara una concentración especial para entender aquellas palabras:
—¿Está gustándote el espectáculo que he preparado para ti? Pensé que con tantas horas que pasas dentro de la oficina necesitarías un poco de diversión extra —decía la carta.
Esto significaba que el asesino sabía que estaba allí dentro; y no sólo eso, sino que por lo que parecía todo lo que ha hecho hasta ahora, y lo que parece que hará, va de algún modo relacionado con su persona. Un único pensamiento vino a su mente: la puerta de salida; palpó su bolsillo y por suerte llevaba su tarjeta de identificación encima, ni siquiera tendría que hacer un alto en su mesa para buscar dónde la había dejado. Echó a correr hacia la salida con intención de huir de lo que, en esos momentos, se había convertido ya en una maldita prisión. Conforme llegaba a la puerta iba viendo algo blanco sobre ella, y cuanto más cerca estaba mejor iba confirmando sus sospechas: se trataba de otro papel apegado a la puerta:
«Ni lo intentes, no podrás salir».
Haciendo caso omiso a la nota trató una y otra vez de salir pasando su tarjeta por el lector: acceso denegado. Alguien había manipulado el lector para vetarle el acceso, o habían conseguido modificarlo de alguna manera. La puerta de salida de los vigilantes de seguridad; ellos no tenían por qué pasar por allí, pero al igual que los vigilantes tampoco tenían por qué pasar por la puerta de los trabajadores, tanto unos como otros tenían acceso para facilitar la evacuación del edificio en caso de accidente; en ese momento la ley de prevención de riesgos laborales le pareció el mejor invento del mundo. Se dirigió rápidamente hacia ella pero, aunque ni siquiera se lo había planteado, descubrió otra nota:
«Tampoco en esta salida tendrás suerte»
No podía ser, tenía que ser alguien que conociera el edificio a la perfección: algún extrabajador o… trabajador. Nadie ajeno a la empresa podía saber por todas las puertas por las que alguien podía salir. Estaba completamente encerrado en el edificio. Se le ocurrió si también estarían bloqueadas las puertas que no fueran de salida; al menos así, conociendo como conoce aquel laberinto de pasillos y enormes salas, podría tener alejado de sí a ese individuo; al menos hasta que fueran las 9 de la mañana y empezaran a entrar en el edifico todos los trabajadores; fuera quien fuera podía enfrentarse a una única persona, pero no podía enfrentarse a la vez con todos los trabajadores de la empresa… por muchos nervios que tuviera tenía serias opciones de salir de aquello indemne, y no iba a pensar en otra cosa que no fuera tratar de huir sin demostrar una valentía que al menos en esos momentos no tenía, y poder volver a su casa… esa casa que ahora mismo ya no le parecía tan mal lugar en el que poder relajarse.
Fue hacia la puerta de las escalera y ésta sí estaba abierta… ¿Arriba o abajo? Hacia abajo se encontraban los informáticos, los servidores de la empresa y pequeños cuartos de material, no parecía un buen sitio donde esconderse; en la planta superior había una réplica de la planta donde estaba, con más puestos de trabajo idénticos a los de él, y en la planta superior a ésa es donde estaban los despachos de todos los jefes y de los accionistas… La última planta no le pareció tampoco el sitio ideal donde buscar suerte, así que confió en encontrar un lugar alejado donde esconderse en la otra planta que, por otro lado, conocía a la perfección ya que era idéntica a la que tan vista tenía y conocía como la palma de su mano.
Empezó a subir las escaleras sigilosamente, temiendo encontrarse con aquella persona en su intento, pero sin tener ni idea de qué hacer si así fuera… Parecía todo «despejado», como solían decir en las películas. Abrió la puerta y entró. Nadie, como suponía. Tanto para bien como para mal. Caminó despacio, como si esperara poder encontrarse con alguien no deseado detrás de cada rincón… y se lo encontró, vaya si se lo encontró. Era Cristina: una compañera a la que había pensado decir en infinidad de ocasiones si le apetecía tomarse algo después del trabajo… y ya no podría decírselo jamás, también estaba muerta. Con otro papel junto a su cuerpo, también manchándose de sangre poco a poco. Mientras lo recogía su mente empezó a divagar: «¿También Cristina acudía al trabajo antes de que empezara el turno para hacer “cualquier cosa” que pudiera necesitar? ¿Habría sido una excepción o también para ella sería algo habitual? Vaya ironías tiene la vida: tan cerca de la persona con quien más cerca me gustaría estar y a la vez tan lejos…». Leyó la nota:
«Otra más… u otra menos, según se mire. ¿Estás divirtiéndote?»
Pensó que no, que para nada estaba divirtiéndose; más bien todo lo contrario. Parecía que siempre, allá donde fuera, siempre llegaba en segundo lugar. ¿Tan predecible era? ¿O es que la otra persona era tan rápida que había cubierto todas las posibles opciones? Se largó de allí; ni aunque quisiera podría quedarse a unos metros de Cristina muerta. Ya sólo le quedaba un lugar donde buscar cobijo hasta las 9 de la mañana, sólo faltaba media hora. Abandonó esa planta y se encaminó hacia planta superior; aquélla ya era una planta terrorífica cualquier día: subir a ella sólo podía significar algo malo, independientemente de qué fuera. Pero esta vez era todavía peor: no habían jefes que pudieran echarle la bronca, pero en cambio sí había una persona haciendo de ese día el peor de toda su vida. Y eso tenía mérito.
El despacho de Martina era el primero que quedaba nada más abrir la puerta; ella era su preferida, era recta pero justa, sabía valorar cuando los empleados hacían algo bien… cosa no muy frecuente en los demás jefes. Echó un vistazo en el interior: nadie. Pero quizá el despacho más próximo a la puerta no sería el mejor lugar donde esconderse… a ver qué había más adelante.
El siguiente era el despacho de Alfonso… o el despacho que se suponía que era para Alfonso; si ese despacho pudiera hablar hubiera dicho, sin duda, que conocía tan poco a Alfonso como cualquiera de todos los empleados de la empresa. Alfonso nunca aparecía por allí, siempre había soñado con tener un trabajo como el de él, un trabajo con el que ganara lo que suponía que sería un pastizal a cambio de… ¿nada? Este despacho no estaba tan mal, más separado, con buena visión del pasillo por ambos lados… pero si se suponía que un trabajador o extrabajador era quien estaba haciendo todo eso sería demasiado evidente que el lugar idóneo para esconderse era aquel en el que nunca había nadie.
El último despacho del pasillo sería el elegido; quizá demasiado evidente pero lo demás eran todo amplísimas salas de reuniones donde se solían reunir los jefes o los accionistas… y a todas luces tampoco eran la mejor de las opciones… Quizá, en comparación, los cuartos refrigerados de los servidores informáticos tampoco hubiera sido tan mala idea ¿a quién se le ocurriría ir allí? Pero ahora ya daba igual, ya no iba a desandar todo el camino, para el poco tiempo que quedaba hasta la hora de llegada de los trabajadores, poniendo su vida en peligro innecesariamente.
Ese último despacho del pasillo era el lugar que menos le gustaba de la empresa. Era el despacho de Tomás: el jefe más despreciable que había tenido nunca; podría decir que desde que llegó a la empresa Tomás inició su hostil operación de acoso y derribo, pero sería injusto y algo alejado de la realidad: esa hostilidad habitual era uno de los rasgos de su insufrible personalidad, y todos y cada uno de los trabajadores de la empresa estaban sometidos a ella. Fantaseó por un momento con la idea de abrir la puerta y encontrárselo muerto; y por un momento no supo qué más pensar, se sorprendió ante la idea de que precisamente ésa sería la muerte que menos le preocuparía de cuantas pudieran ir quedándole por descubrir. Cerró los ojos y abrió la puerta.
Tomás estaba allí… vivo. Pero no estaba solo. Había otra persona con él y sin duda sabía quién era: un compañero informático al que hace un par de semanas había despedido humillantemente delante del resto de la plantilla. Supuso que estaba cobrándose su venganza, y estaba haciéndolo por todo lo alto.
—¡Hola! No te esperaba tan pronto por aquí. Me has pillado divirtiéndome un rato con este hijo de puta. ¿Qué te ha parecido mi espectáculo? Con quien más voy a disfrutar es con éste, mira como tiembla. No me negarás que te produce placer verle así, de rodillas, con los pantalones manchados con su propia orina, después de la semana que nos ha hecho pasar…
—Pero… ¿por qué yo? ¿Por qué no me has dejado escapar?
—Precisamente aquí tienes la respuesta, quería que disfrutaras con lo que le va a ocurrir a éste tanto como yo. ¿O acaso vas a impedírmelo? Dímelo, si quieres que no le haga nada nos largamos de aquí, tú por tu lado, yo por el mío, y Tomás por el suyo; de lo contrario puedes irte o quedarte, como prefieras. Con este mando, y presionando este botón, tu tarjeta de identificación volverá a estar operativa y podrás largarte… Y a este cabrón… ¡Me voy a divertir de lo lindo con él! Tómate tu tiempo, no hay prisa; falta todavía un cuarto de hora para las 9, y todos sabemos que no mucha gente suele adelantarse… Tienes tiempo para decidir qué hago… o qué hacemos con Tomás.
Pensó por un momento qué era lo correcto… ¿Pero y por qué hacer lo correcto? ¿Tomás había pensado alguna vez en ellos cuando los humillaba tanto en privado como en público? ¿Le importaban acaso a él los sentimientos de sus trabajadores? ¿Seguía siendo correcto hacer lo correcto con personas que jamás habían hecho lo correcto?
—Oye, ¿lo del mando ese iba en serio?
—Totalmente, ¿lo quieres? Cógelo, es tuyo —y diciendo estas palabras se lo lanzó a las manos.
—Dale lo que se merece, Guille. Por todos nosotros.
Y conforme terminó de decir estas palabras, entre sonidos guturales incomprensibles que Tomás lanzaba a voz en grito, se dio la vuelta y cerró la puerta tras salir del despacho. Conforme iba bajando las escaleras iba escuchando los gritos que la asquerosa garganta de su jefe emitía; los había oído en innumerables ocasiones, pero sin duda era la primera vez que le proporcionaban algún placer oírlos. No quería verlo, pero el placer que sentía al imaginar lo que su compañero Guille estaría haciéndole a esa repugnante persona no tenía comparación posible.
Fue dejando rienda suelta a su imaginación y a sus pensamientos: ¿Se había convertido en una mala persona al actuar de esa forma? ¿Qué era una buena o una mala persona? ¿Habían buenas o malas personas acaso? Quizá no existan las buenas o las malas personas; nadie es bueno ni malo todo el tiempo necesariamente, quizá sólo dependa de la situación en que se encuentre…
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¡Muchas gracias, Diego! 😀