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Obligando a niños a correr

12-XI-2013

Obligando a niños a correr

Hay algo que lle­va tiem­po rondán­dome la cabeza: el deporte cuan­do somos niños. En esa época lle­ga el momen­to de dar a cono­cer el deporte a los más pequeños, ofre­cer­les el enorme aban­i­co exis­tente, con las dis­tin­tas dis­ci­plinas que pueden prac­ticar según su físi­co y gus­tos per­son­ales, y que los pequeños se decanten por lo que pre­fier­an, si es que pre­fieren algo; por muy salud­able que sea cor­rer, por ejem­p­lo, no creo que nadie ten­ga dere­cho a impon­er por la fuerza a otra per­sona que lo haga en con­tra de su vol­un­tad. Ten­ga siete años, dieciséis o cin­cuen­ta.

En relación con esto, quiero citar un pár­rafo del libro que estoy leyen­do aho­ra mis­mo: De qué hablo cuan­do hablo de cor­rer, de Haru­ki Muraka­mi. Pien­sa igual que yo de esto, y sin duda sus pal­abras plas­marán mejor que las mías a dónde quiero lle­gar con todo esto.

Cada vez que veo en una escuela esa esce­na en la que todos los chicos son oblig­a­dos a cor­rer en la hora de gim­na­sia, no puedo evi­tar com­pade­cer­los. Obligar a cor­rer largas dis­tan­cias a per­sonas que no desean cor­rer, o que, por su con­sti­tu­ción, no están hechas para ello, sin ni siquiera dar­les opción, es una tor­tu­ra sin sen­ti­do. Me gus­taría adver­tir a los insti­tu­tos de secun­daria y bachiller­a­to, antes de que se pro­duz­can víc­ti­mas innece­sarias, de que es mejor que dejen de obligar a cor­rer largas dis­tan­cias de man­era tan estric­ta a todos sus estu­di­antes, pero, aunque lo hiciera, estoy seguro de que no me harían caso. Así es la escuela. Lo más impor­tante que apren­demos en ella es que las cosas más impor­tantes no se pueden apren­der allí.

Hablan­do sobre mi caso per­son­al, de pequeño exper­i­men­té con algunos deportes: fút­bol, balon­ces­to, pati­na­je en línea y, deriva­do de ello, hock­ey pista, ciclis­mo, nat­ación… Siem­pre me gustó pati­nar, pero a mi aire, y la bici­cle­ta todavía hoy sigo cogién­dola —me encan­ta—, en los demás deportes nun­ca fui bueno, aunque de entre los cita­dos la nat­ación es siem­pre el que más me ha gus­ta­do y todavía sigo tenien­do pen­di­ente apren­der a nadar de for­ma más o menos cor­rec­ta. Pese a ello las clases de edu­cación físi­ca —o de gim­na­sia, como se llam­a­ban en mi tiem­po— nun­ca me gus­taron; es más: las odi­a­ba. No era espe­cial­mente bueno en nada, aunque tuviera pref­er­en­cias en unas cosas sobre otras; parecía un pato marea­do —y quizá todavía hoy lo parez­ca, pero al menos ya un poco menos marea­do—, y todo eso suma­do a un pro­fe­sor que parecía un instruc­tor mil­i­tar, que no daba tregua algu­na y exigía lo mis­mo a todos, hicieron que bási­ca­mente odi­ara el deporte. Con­sigu­ieron que lo viera como algo traumáti­co, un cas­ti­go, una pesadil­la…

¿De ver­dad es ésa la for­ma ade­cua­da de dar­le a cono­cer a un niño el deporte? No sé cómo es posi­ble que piensen que alguien va a des­cubrir la parte bue­na del deporte y se va a engan­char si recrea la pelícu­la de La teniente O’Neil durante la hora de gim­na­sia del cole­gio o insti­tu­to. Es más, no sé cómo será en otros cen­tros, pero en el que yo iba siem­pre se impartía esta clase a primera hora; si cuan­do estás de ver­dad intere­sa­do en el deporte y lo haces por vol­un­tad propia muchas mañanas se te viene a la cabeza el típi­co «quién me man­daría a mí…», ¿qué no debe pasarte por la cabeza cuan­do además están oblig­án­dote? Y que si enci­ma no rindes como el pro­fe­sor espera de ti: a cor­rer; ¡da equis vueltas, y rapid­i­to! Para alguien que ya está del deporte, lit­eral­mente, has­ta más arri­ba de sus partes nobles, ¿a qué va a aso­ciar cor­rer? En mi caso al menos: al peor cas­ti­go que te puedan impon­er.

Al igual que no todos los niños sin un entre­namien­to especí­fi­co desar­rol­lan su cere­bro de la mis­ma for­ma, no entien­do por qué no pueden caer en que con el físi­co pasa lo mis­mo: no todo el mun­do tiene un cuer­po atléti­co, no a todo el mun­do se le puede exi­gir lo mis­mo, y no todo el mun­do tiene por qué rendir bien en las mis­mas modal­i­dades deporti­vas. Pero como en casi todas las mate­rias del cole­gio: están pen­sadas para la may­oría; y son así porque sí, sin más. Si alguien se sale de la may­oría tan­to por arri­ba como por deba­jo, mala suerte. «Ten­drás que adap­tarte», «esfuérzate», y más «bla, bla, bla», que no hacen otra cosa que hundir más al niño y excluir­lo. Me pre­gun­to si tam­bién le pedirían a un pájaro que se adapte a nadar y a un pez que se esfuerce por volar.

Pasé mucho tiem­po vien­do el deporte como un ene­mi­go mor­tal, has­ta que por mi cuen­ta y a mi rit­mo volví a prac­ti­car­lo, cen­trán­dome úni­ca­mente en las cosas que me gusta­ban. ¡Has­ta me apun­té al gim­na­sio! Aunque, bien pen­sa­do, eso no tiene méri­to, la frase cor­rec­ta sería: ¡has­ta me apun­té al gim­na­sio y acud­ía a entre­nar reg­u­lar­mente! Hoy día, como ya todos los que me conocéis sabéis: hago deporte prác­ti­ca­mente a diario. ¡Y has­ta sal­go a cor­rer! Y no creáis que no me costó dar el paso: mi mente aso­cia­ba todavía el cor­rer con las inter­minables vueltas al patio sim­ple­mente por no estar prepara­do para el ejer­ci­cio físi­co. Me hicieron creer que no valía, que era lo opuesto a un deportista, que era un vago y no sé cuán­tas pal­abras de áni­mo más.

¿Y sabéis qué? Que me encan­ta el deporte. Que la sat­is­fac­ción per­son­al de ir superán­dote a ti mis­mo que te da el deporte muy pocas otras cosas en la vida te la dan. Que te cono­ces a ti mis­mo; apren­des a des­cubrir en cada momen­to dónde está tu límite y, lo más impor­tante, cómo super­ar­lo. Que apren­des a con­fi­ar en tus posi­bil­i­dades, pese a que muy poca gente con­fíe en ellas, o algunos que con­fían en que ni exis­tan. Que todo eso y seguro que muchas cosas más te las pro­por­ciona el deporte, ese mis­mo deporte al que puedes lle­gar a odi­ar si quienes te lo dan a cono­cer no lo hacen con conocimien­to, pero tam­bién ese mis­mo deporte que si vas exper­i­men­tan­do y des­cubrién­do­lo tú mis­mo seguro que te engan­cha, te pro­por­ciona una vida más salud­able, y además te entre­tiene y te evade de los prob­le­mas y que­braderos de cabeza que puedan haber en el día a día.

Lo que en un prin­ci­pio parecía el prob­le­ma, con cal­ma y des­cubrién­do­lo de otra for­ma, al final no es que no es tal prob­le­ma, si no que te atra­pa y te evade de ellos. Y ese cam­bio rad­i­cal por el sim­ple hecho de creer que un niño puede ser un pequeño sol­da­do, y que si no hace lo que le orde­nas no tiene por qué ser porque no quiera, sino porque prob­a­ble­mente no pue­da. ¿Y lo peor sabéis qué es? Que seguro que no todos los niños a los que les hacen com­pren­der el deporte como un fuerte cas­ti­go —si no el peor— tienen la opor­tu­nidad de exper­i­men­ta­r­lo de más may­ores, porque prob­a­ble­mente ni busquen esa opor­tu­nidad; recor­darán lo que pasaron en la infan­cia y huirán de ella como un gato del agua.

¿Has encontrado algún error en el texto anterior? Me ayudarías mucho si lo reportaras.

5 comentarios

  1. Javier B. Martínez 13-XI-2013

    En el cole­gio mas que enseñarnos a hac­er deporte, nos enseña­ban a odi­ar­lo a base de repeti­cion. Conoz­co a grandes deportis­tas que sus­pendieron “edu­ca­cion fisi­ca”.

    Tu mis­mo lo expli­cas muy bien en esta entra­da

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    • ¡Gra­cias por comen­tar, Javi! Cada vez me pasa menos, pero los primeros días que empecé, cuan­do me calz­a­ba las zap­atil­las y salía a cor­rer todavía me acord­a­ba de la cara del tío ese… Creo que no se dan cuen­ta del daño que le hacen a algunos niños, porque si lo supier­an no sé qué clase de per­sonas serían.

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      • Todo esto, como siem­pre, depende del tío que te “edu­ca”. Hay man­eras de fomen­tar el deporte en la escuela sin que sea una pre­sión con­stante con un obje­ti­vo que no es otro que hac­er a los niños odi­ar el deporte. Pero eso pasa con las matemáti­cas, con el inglés, con geografía, etc…

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        • Claro, un pro­fe­sor puede hac­er que odies una asig­natu­ra que en prin­ci­pio te gus­ta, pero casi todas las demás asig­nat­uras están regladas… Y no sé si se seguirá hacien­do, pero cuan­do yo iba a clase habían gru­pos para gente que iba más flo­ja en algu­nas asig­nat­uras clave. Deberían hac­erse gru­pos tam­bién para deporte, porque no todos servi­mos para lo mis­mo. Tam­poco sé si en todos los cen­tros se hará igual, pero al que yo iba y en mis años se hacían car­reras en sprint cronome­tradas, y todo el mun­do no tiene la explo­sivi­dad nece­saria para hac­er eso…

          Con­mi­go ganaron que esos días «me pusiera enfer­mo»…

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  2. […] comen­té en un artícu­lo hace tiem­po las des­ven­ta­jas de creer que todos los alum­nos son igua­les; éste es un caso más: ni todos los libros son para todas las per­so­nas, ni todas las […]

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