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Lluvia

29-IV-2016

Lluvia

Durante sem­anas se planeó la fies­ta anu­al del ayun­tamien­to. Esta vez había de ten­er lugar al aire libre, en el cam­po, por lo que se tomaron las pre­cau­ciones posi­bles.

Obser­va­to­rio y pescadores fueron con­sul­ta­dos, y el día fue cuida­dosa­mente selec­ciona­do; todos los augu­rios per­mitían supon­er que sería el más per­fec­to del año.

Y de esta man­era comen­zó. Claro y her­moso, con abun­dante sol pati­nan­do sobre las pare­jas vol­cadas en el pra­do lumi­noso, que se llenó de canas­tas, de telas ale­gres, espar­ci­das sobre la hier­ba acoge­do­ra.

Y entonces, cuan­do todos dis­fruta­ban de la fies­ta, cuan­do nadie lo imag­in­a­ba, las primeras nubes ennegre­ci­das aso­maron tími­das al final de los árboles, y las gotas de van­guardia, tem­blorosas y tib­ias, comen­zaron a caer.

Los primeros que notaron la llu­via, callaron; trataron de igno­rar­la para hac­er­la desa­pare­cer, pero ésta, toman­do ines­per­a­da fuerza, se impu­so sobre todas las predic­ciones.

Al prin­ci­pio creyeron que pasaría, que sólo sería una bro­ma de la nat­u­raleza, pero la llu­via, arrecian­do pro­gre­si­va­mente, los hizo al fin, tras horas de espera al inútil abri­go de los árboles, regre­sar cabizba­jos al pueblo, con la cor­ri­ente sucia ya sobre los tobil­los.

Llovió todo el resto del día y toda la noche. A la mañana sigu­iente con­tinu­a­ba llovien­do y, cuan­do después de tres días la situación comen­zó a ser ver­dadera­mente moles­ta, no mostra­ba indi­cios de cesar.

Con­tin­uaron tran­scur­rien­do los días, y la llu­via, imper­turbable, seguía envolvien­do al pueblo. La gente ya se que­ja­ba. El Obser­va­to­rio era ase­di­a­do a pre­gun­tas. Algunos cul­pa­ban a los astrónomos del extraño fenó­meno. Los per­iódi­cos protesta­ban y has­ta intenta­ban for­mu­lar acusa­ciones, aunque no sabían exac­ta­mente a quién acusar.

Nadie salía de su casa sino por una impre­scindible necesi­dad, y las casas y las calles empezaron a tomar aspec­to húme­do, des­o­la­do.

Más días y sem­anas y meses tran­scur­rieron, y mien­tras los cien­tí­fi­cos trata­ban de des­cubrir la causa de la mis­te­riosa e ince­sante llu­via para deten­er­la, la gente comen­zó a abur­rirse en sus casas y a salir de nue­vo. Las calles se ani­maron otra vez, e indus­trias como las de capas de agua y paraguas flo­recieron.

La inven­ti­va pop­u­lar se aguzó y pron­to aparecieron obje­tos que hacían más cómo­da la vida bajo el agua. Has­ta los más tími­dos aban­donaron sus hog­a­res y comen­z­a­ban a apren­der a vivir en la llu­via.

Y así, a medi­da que pasaron los años, comen­zó a oper­arse en los habi­tantes del pueblo un cam­bio extraño. Se acos­tum­braron de tal man­era a su llu­via, que se sen­tían mejor bajo ella que den­tro de sus casas. La may­oría dejó de usar paraguas u otros pro­tec­tores. Las casas se der­rum­ba­ban por efec­to de la pro­lon­ga­da humedad, y sus moradores no se pre­ocu­pa­ban de rehac­er­las, sino que se insta­l­a­ban en el agua. Algunos lle­garon a destru­ir ellos mis­mos sus hog­a­res, ya abso­lu­ta­mente innece­sar­ios.

Inclu­so el aspec­to físi­co de la gente había cam­bi­a­do. Sus extrem­i­dades tomaron for­ma de ale­tas, y todos lucían como si tuviesen agal­las. Los niños que nacían aprendían a nadar de inmedi­a­to.

Eran por com­ple­to felices en el ele­men­to líqui­do y has­ta se enorgul­lecían de ser el úni­co pueblo que con­ta­ba con llu­via con­stante. Si, por casu­al­i­dad, algún joven aven­turero se atrevía a traspasar los límites del pueblo, fuera de los cuales no llovía, regresa­ba ater­ra­do y arrepen­ti­do de su expe­ri­en­cia.

Mas, de repente, tal como había venido, sin un avi­so, sin una señal, cesó la llu­via y sal­ió de nue­vo el sol, y los habi­tantes del pueblo de mi his­to­ria no pudieron sufrir esta vez un nue­vo cam­bio; debil­i­ta­dos en su capaci­dad de adaptación, no se sin­tieron lo sufi­cien­te­mente fuertes para inten­tar un retorno a su exis­ten­cia ante­ri­or, por lo que fueron murien­do poco a poco, como peces al aire, enter­ra­dos en el fan­go.

Algunos dirán que la suerte de estas gentes ha sido demasi­a­do cru­el, pero la vida desconoce la piedad. Hoy el pueblo no es más que un recuer­do en la memo­ria de algunos que se dicen super­vivientes, pero que ni siquiera recuer­dan cómo se llam­a­ba. O si ver­dadera­mente exis­tió, y esto es lo úni­co cier­to.

Este rela­to lo escribió orig­i­nal­mente , puedes leer más relatos, tan­to de mi propiedad como de otros autores, en mi sec­ción de relatos.

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7 comentarios

  1. Ese final. ESE FINAL.

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    • ¡Sí, es buenísi­mo! Des­de que lo leí me encan­tó y supe que en algún momen­to tenía que com­par­tir­lo aquí con vosotros. 😀

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  2. Dis­cre­po con esa señori­ta Ángela, la teoría que ella expone de unos habi­tantes que mutaron como respues­ta al medio húme­do e inclu­so acu­oso es una teoría lamar­ck­ista que es del todo errónea en el con­tex­to biológi­co.

    Sien­to sonar repe­lente, entien­do que es un rela­to fan­tás­ti­co y no tiene por qué seguir las nor­mas físi­cas y biológ­i­cas, pero está bien cono­cer este suce­so.

    El medio no hace el órgano, sino que el órgano sobre­vive según su util­i­dad; según la teoría de Dar­win.

    Un beso, Javi.

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    • No me he enter­a­do de mucho, pero bueno. Lo doy por váli­do, que tú sabes más de esas cosas. 😛 Besos, señori­ta ele­fan­ta.

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  3. Es un rela­to muy boni­to y creo que nos enseña muchas cosas, ¡muchas gra­cias por mostrárnos­los!

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    • Me ale­gro de que te haya gus­ta­do, Isabel. Con­forme va acer­cán­dose el final se vuelve un pelín más triste, pero sin duda es muy boni­to. A mí me encan­tó. 😀

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  4. Aya Warmi 12-IV-2020

    Hoy más que nun­ca este cuen­to nos da ele­men­tos para repen­sar la vida

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