Leí este libro después de haber vis­to la pelícu­la. Hace mucho tiem­po, eso sí. Recuer­do que el libro es bas­tante fiel a la pelícu­la, y tam­bién al pos­te­ri­or remake, lo cual siem­pre es entrañable —ya que la cos­tum­bre suele ser en que lo úni­co que ten­gan en común sea el títu­lo, por des­gra­cia—. Mien­tras lo iba leyen­do iba recor­dan­do esce­nas de la pelícu­la, pero aun así no me desvelé ningún momen­to clave en el tran­scur­so de la his­to­ria ya que al hac­er tan­to tiem­po del vision­a­do habían muchas cosas que ya no record­a­ba.

Imag­inemos por un momen­to que no he vis­to la pelícu­la. Que no sabes qué pasará. Que cuan­do Robert Thorn decide adop­tar un bebé para no arru­inar la vida de su mujer con un segun­do par­to fal­li­do, ocultán­dose­lo, y hacién­dole creer que es su hijo legí­ti­mo, se te viene una boni­ta his­to­ria con final feliz, de cuen­to de Dis­ney. Boni­to ¿eh? Pues nada de esto es lo que encon­trarás en este libro.

Es un libro que no me ha deja­do indifer­ente, que no se me ha hecho pesa­do en abso­lu­to, y que me daba pena ter­mi­nar porque esta­ba encan­tán­dome. Uno de esos libros que recor­darás con car­iño para siem­pre; porque lo mere­cen, porque no le sobra ni le fal­ta de nada.

Un libro que recomen­daría a ojos cer­ra­dos a cualquier afi­ciona­do a las his­to­rias de ter­ror. Y a los que no tam­bién, por qué no; si no lo son es porque no han leí­do todavía algo así.