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Reseña: Fahrenheit 451, de Ray Bradbury

23-XII-2013

Fahrenheit 451, de Ray Bradbury

Fahren­heit 451, de

Si has leí­do 1984 de George Orwell seguro que dis­fru­tarás leyen­do Fahren­heit 451. Bási­ca­mente la base es la mis­ma: un mun­do de autó­matas, que perdieron la capaci­dad de racionar y pen­sar por sí mis­mos, con estric­tos patrones sobre qué está bien y qué está mal, incues­tion­ables todos ellos, sin posi­bil­i­dad de des­cubrir la real­i­dad sobre su pasa­do, con cualquier soporte que pudiera con­tener­la total­mente pro­hibido y su tenen­cia pena­da con la muerte. Para col­mo, la gran may­oría tam­poco tienen interés ninguno en pen­sar sobre sí mis­mos debido a un adoc­tri­namien­to masi­vo ini­ci­a­do en su fase infan­til, cuan­do van al cole­gio. Al órgano de poder lo úni­co que les intere­sa es que no piensen, que no hagan nada de lo que has­ta hoy día se con­sid­era habit­u­al, que estén ocu­pa­dos, y que no ten­gan posi­bil­i­dad de estu­di­ar ni infor­marse.

Todo esto me ater­ra más que una nov­ela de Stephen King por la alta prob­a­bil­i­dad de que esto pue­da suced­er en un futuro no tan lejano…

Guy Mon­tag es el pro­tag­o­nista de esta cor­ti­ta pero inten­sa nov­ela. Es bombero, aunque su tarea dista un abis­mo de lo que hoy cono­ce­mos; for­ma tam­bién parte de esa dis­tor­sión apli­ca­da y que for­ma una real­i­dad para­lela tra­ma­da por su gob­ier­no donde nada es lo que debería ser. Un buen día conoce a Clarisse, una muchacha con una famil­ia que todavía recuer­da cómo eran los viejos tiem­pos y la han edu­ca­do de una for­ma bas­tante próx­i­ma a lo que hoy día se conoce. Tiene intere­ses que en ese momen­to no intere­san ni siquiera cono­cen que exis­tan. Esta chi­ca cruza unas pal­abras con Guy y des­de entonces ya no puede parar de pen­sar en ella, pero a difer­en­cia de lo que podáis pen­sar: no es un interés car­nal; ella le abre los ojos, le enseña a pen­sar por sí mis­mo, le hace fijarse en pequeños detalles que has­ta aho­ra a él le pasa­ban desapercibidos, has­ta que un buen día desa­parece.

Mon­tag es de esos per­son­ajes que evolu­cio­nan rad­i­cal­mente a lo largo de la tra­ma. Pasa de un extremo a otro, y aunque en oca­siones puede pare­cer un tan­to super­fi­cial esa evolu­ción repenti­na, imag­i­no que no debe ser muy dis­tin­to de la real­i­dad si un día te das cuen­ta de que toda tu vida se basa en una men­ti­ra y te da por inves­ti­gar cuál es la real­i­dad y qué es real­mente lo que pasa y no quieren que sepas. Curiosi­dad, instin­ti­va del ser humano. Que a fin de cuen­tas, aunque hayan pasa­do demasi­a­dos años des­de la época actu­al —o quizá no tan­tos, quién sabe—, todavía que­da, aunque sea en el fon­do, el ras­tro de humanidad que todavía hoy cono­ce­mos. Aunque sea demasi­a­do difí­cil creérse­lo, debido a que sal­vo unos pocos, que ire­mos des­cubrien­do a través de las pági­nas, el resto de per­sonas que habi­tan por aque­l­los lares no pare­cen difer­en­cia­rse demasi­a­do de un rebaño de ove­jas que hacen lo que el pas­tor les man­da, sin cues­tionarse el moti­vo por el cual les da esa orden.

Un libro ligero, de pocas pági­nas, pero que tam­poco nece­si­ta más para cumplir su propósi­to. Entretenido, y de ésos que te hacen pen­sar; de los que, como dije, pese a no ser del género de ter­ror, dan más miedo que si lo fuer­an.

Con el may­or de los respetos al resto de libros, cuan­do ter­mi­nas de leer éste pien­sas: ¡esto es un libro y lo demás ton­terías! La efusión del momen­to. Otra de las lec­turazas de 2013, que se ha ido direc­ti­to a mi estantería de libros favoritos. Uno de esos que te dejan pen­sar, que te dejan des­cubrir, que per­miten imag­i­nar, que ter­mi­nas por empa­ti­zar con alguien que pens­abas que era un… un miem­bro más del rebaño, dig­amos. Las per­sonas pueden cam­biar, si se lo pro­po­nen, y aunque sea una nov­ela de fic­ción ésta es una prue­ba de ello.

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