Entrevista
15-I-2016
La idea de escribir este relato nació en mi cabeza cuando leí Yo no la maté de Fernando Trujillo. Un relato íntegramente escrito a base de diálogos, omitiendo cualquier tipo de narración. Y desde ese momento supe que me encantaría escribir uno igual, tan original e innovador. Aquí os presento éste, que aunque quizá no esté a la altura, he puesto lo mejor de mí mismo para escribir algo decente y que podáis disfrutar de su lectura. ¡Espero críticas y mejoras en los comentarios! Y muchas gracias por adelantado por la lectura.
—Dígame, ¿qué se siente al tener delante a alguien como yo, dispuesto a contestar a todas sus preguntas?
—Pues no sé qué decirle, señor; estoy encantado, claro.
—Me refiero teniendo en cuenta quién soy yo… y usted ¿quién es usted? Todavía nadie conoce su nombre salvo su familia ¿no es cierto?
—Disculpe señor, pero me parece que eso que acaba de decir está fuera de lugar.
—Es el precio a pagar por estar aquí conmigo, se me ocurren un montón de cosas mejores que hacer que estar aquí, sabiendo de antemano que todas las preguntas que me vaya a hacer serán tan ridículas y simples como todas las que ya he aprendido de memoria a responder; si le soy sincero, se nota que es nuevo en su profesión. ¿Qué se creía? ¿Que iba a venir aquí, presentarme un estúpido cuestionario y volver a su oficina con el ego por las nubes sin que le supusiera gran esfuerzo? ¿De verdad no le parece que ha sido sumamente fácil concertar una entrevista conmigo cuando normalmente mi secretaria rechaza absolutamente todas las entrevistas que me solicitan sin siquiera consultármelo antes?
—Pues no sé qué decirle, señor. Creo que mejor podríamos ceñirnos a las preguntas o si no…
—¿Si no? ¿Si no qué, eh? ¿Va a volver a su periodicucho y va a decirle a su redactor jefe que la entrevista que iba a conceder en exclusiva a su medio, que saldrá en portada una vez que a mí me dé la gana responder a sus preguntas; y que a tanto usted, como a él, como al imbécil barrigudo que tienen por director, les aumentará la fama hasta el máximo exponente al final no va a ser posible? En serio ¿va a hacer eso? Porque permítame que le diga: no creo que sea capaz, no creo que tenga lo que hay que tener para tirar a la basura su carrera cuando todavía no ha empezado siquiera. Dígame, señor, ¿tiene pensado qué hará una vez sepa que ningún medio de este país va a quererle en plantilla? Tiene cara de buen estudiante, sí; es más, me atrevería a decir que es usted el típico empollón al que toda su clase odiaba ¿no es cierto? Dígame ¿qué estudiará después de que sepa que no tiene nada más que hacer en el mundo del periodismo?
—No me gustaría tener que estudiar otra cosa, señor. El sueño de mi vida es ser periodista, y ahora después de mucho esfuerzo lo he conseguido. Me sorprendió que justamente a mí me concediera esta entrevista, pero simplemente esperaba venir aquí y dar lo mejor de mí mismo para que tanto en mi periódico como usted se sintiera orgulloso de esta entrevista. Y que quizá todo el mundo pudiera conocerle como realmente es, y no como algunos piensan que es.
—¿Algunos? No estará insinuando que está usted entre esos algunos que piensan que soy… ¿cómo, señor? ¿Cómo piensa esa gente que soy?
—No, por favor. Siento si me he explicado mal, señor. Sólo que… hay cierta gente que piensan y dicen en los medios que usted… pues… Le seré franco: compañeros de mi mismo medio, seguro que estará al tanto, no tienen precisamente una opinión muy buena en cuanto a usted y su persona.
—Qué bien, creo que no me conocen todo lo bien que deberían. Muchas de esas opiniones no están a la altura de quien soy o de quien puedo llegar a ser, si me conocieran tan bien como creen no se atreverían a escribir sobre mí.
—Dígame, señor, ¿qué quiere que haga?
—Bien, me gusta. Un chico inteligente, pero formulando las preguntas erróneas. Mejor pregúntese: ¿qué estaría dispuesto a hacer?
—Perdone señor, pero no entiendo lo que trata de decirme.
—Quiere que sea más claro ¿no? Vale, se lo diré entonces más claro. Todos tenemos un precio, dígame cuál es el precio que está dispuesto a pagar para que esta entrevista llegue a realizarse.
—Lo siento, pero no llevo mucho dinero encima, no pensé que tuviera que pagar por realizar esta entrevista señor… Además, aun juntando todo el dinero de que pudiera disponer no creo que le pareciera suficiente…
—¿Dinero? ¿Quién habló de dinero? Para las próximas navidades hágame el favor de pedirle a los Reyes Magos, que viendo la forma en que se comporta seguro que sigue creyendo en ellos, un poco de visión de futuro. ¿Realmente piensa que a mí puede interesarme todo el dinero que pueda usted ofrecerme?
—¿Entonces qué quiere de mí?
—Usted es periodista, y yo una persona con ambición. Y ya sabe: cuando uno tiene poder, lo único que ambiciona es más poder. Es la típica frase de la clase baja de la sociedad, ya lo sé, pero es que es muy cierta. Claro, no para ellos. ¿Qué poder pueden tener ellos? ¿El de elegir si esta noche cenarán pasta o pizza? Por favor, no tienen ni idea. Dígame, su corta experiencia en este mundo supongo que le da para saber quiénes son las personas más ricas del mundo ¿cierto? Aunque sólo sea por esa revista financiera de las listas de marras… que sólo incluyen el patrimonio legal de toda esa gente que ni siquiera conocen. ¿Sabe en qué posición estoy? ¿Sabe quién está inmediatamente superior a mí? Por la cara que pone entiendo que no es así; le daré una pista: reside en nuestro mismo país. Y hay algo que yo tengo y que él desconoce, que si usted publica conseguiremos que algo que él tiene me pertenezca. Y eso, créame: es bueno para ambos.
—¿Pero por qué me lo pide a mí? Si es algo tan importante como para poner en apuros a esa persona que me dice podría enviarlo anónimamente a las redacciones de los principales medios y pronto saldría a la luz.
—Tiene razón. Y lo hubiera hecho de no ser porque de lo que usted va a acusarle no es real y no quiero verme implicado.
—¿Yo, señor? Yo no quiero acusar a nadie de nada; y todavía menos si no es algo cierto.
—Sí, lo va a hacer. Y yo le diré cómo y por qué. Primero vamos con el cómo: fingirá que durante unos días usted ha estado investigando a esa persona sospechando que algo oscuro podía estar ocultando… y ¡oh! casualidades de la vida: mientras estaba siguiéndolo, preguntando a gente cercana, y en fin, aprendiéndose su rutina de memoria como si fuera la suya propia encontró algo que no debería ser encontrado y que nadie más podría haber visto. Y ahora vamos con el por qué: cuando yo me embarco en una «aventura» de estas, como yo las llamo, está todo tan bien ligado y estudiado que jamás nadie podrá descubrir que todas las acusaciones que vierta usted sobre él serán falsas. ¿Me escucha bien? Ninguna. Créame, falsifico los detalles de forma minuciosa; tan bien como si fuera yo mismo el que va a encargarse de todo. ¿No ve dónde estoy? ¿Cree que es fácil llegar a esta posición sin llevarse a unos cuantos imbéciles por delante? Fíjese, ha pasado ya una década de mi primera «aventura» y todavía el muy imbécil no sabe cómo pudo pasar lo que pasó. En serio, estoy volviendo a disfrutar sólo con recordarlo; le llegó todo de repente, sin previo aviso; cuando se dio cuenta toda la mierda le había estallado en la cara. Y viéndolo ahora, en perspectiva, le puedo asegurar que aquello fue una chapuza. A base de años de experiencia he ido perfeccionando la técnica; y si alguna vez algún detalle se me pasa por alto, cosa poco frecuente dicho sea de paso, no se imagina lo convincentes que pueden ser unos cuantos de esos billetes morados juntos. Dígame ¿cuántos de ellos ha visto usted de cerca?
—Pocos señor, si le soy sincero.
—No se preocupe, lo sé. Y estoy aquí, delante de usted, dispuesto a cambiar todo eso. ¿No le gustaría vivir en una casa como ésta? Éste es sólo mi despacho privado ¿Lo ve? ¿Qué le parece, le gusta no es cierto? Fíjese, me atrevería a asegurar que todo su piso, que pagando mes a mes el alquiler le resta buena parte de su sueldo, cabe aquí en esta estancia ¿no es cierto? ¡Incluso puede que sobre un poco de espacio! Mire, ¿quiere saber qué pasa cuando aprieto este botón? Se lo demostraré. ¿Ve a este elegante señor con un traje de Gucci impecablemente planchado? Es el mayordomo, y estará encantado de servirle lo que le apetezca tomar. Disculpe mis modales, pero hasta ahora no habíamos tenido tiempo de pensar en darle al estómago lo que se merece, pero ahora que veo que vamos siendo amigos quizá hasta sea el momento de brindar ¿no le parece? Dígale qué le apetece tomar, ¡adelante!
—Estoy bien, muchas gracias. Poco antes de venir me tomé un café.
—Bien, tráiganos dos Bourbon y mi caja de puros, por favor. Estamos a punto de cerrar un negocio muy importante. ¿No le apetece probar un Cohiba Behike? Le aseguro que no habrá probado usted nada igual en su vida. 300€ de puro placer en sus labios. Si existe un paraíso debe estar lleno de ellos; créame, se lo aseguro.
—¿Y qué debo hacer ahora? Usted me dijo antes que no podía llegar hoy a la oficina y decirle a mi redactor jefe que la entrevista que había sido concedida no ha sido posible hacerla. Y es cierto, señor. No puedo, o mañana mismo ya no tendré trabajo.
—Pero eso sólo pasará si la entrevista no hubiera podido realizarse por su culpa ¿me entiende? Y veo que está dispuesto a colaborar, por lo que nadie tiene que enterarse de lo que ha pasado en esta habitación. Cuando llegue a la oficina lo primero que hará será decirle a su jefe que no ha podido reunirse conmigo porque me había surgido una reunión de vital importancia; tratándose de alguien como yo se lo creerá sin rechistar, no se preocupe. Pero por si acaso le diré todavía más: mi secretaria se encargará de darle por escrito unas disculpas en mi nombre y firmadas por mí en las que le explicaré esto mismo y propondré una nueva fecha para reunirnos y poder hacer esta entrevista. Que será poco después de que usted haya dado la exclusiva que me hará todavía más rico… y a usted, se lo aseguro. Por cierto, dejaré también por escrito en la carta que me negaré a conceder cualquier entrevista a cualquier otra persona que no sea usted; ese estúpido director de su periódico, que se cree el centro del mundo y no es sino un gilipollas más que un día tuvo suerte en la lotería, no se atreverá a enviarme a nadie en su lugar. El muy imbécil estará ahora mismo orinándose en sus pantalones de la alegría que le dará saber que su medio podrá poner mi fotografía en su portada.
—Haré lo que usted diga, señor. Muchas gracias por confiar en mí para esto.
—No hay de qué ¿Ve como tenía razón? Todo el mundo tiene un precio; usted el suyo, yo el mío; lo más complejo es concretar la cantidad de ceros que se le han de poner. No se preocupe, todo irá bien. Y antes de irse coja esto: es un anticipo en señal de gratitud; por favor, cómprese un traje nuevo para la próxima vez que venga a verme, le aseguro que todavía le sobrará dinero. Hasta la semana que viene. Cierre la puerta al salir, gracias.
¿Has encontrado algún error en el texto anterior? Me ayudarías mucho si lo reportaras.
¿Todos tenemos un precio? Puede que sí.
Yo al menos siempre he creído que era así. Y no tiene por qué ser dinero, aunque casi siempre directa o indirectamente esté implicado; puede ser poder, una casa más bonita, un viaje, que se salve alguien… o que no se salve otro. Quién sabe. ¿Qué te pareció, Bettie? Si tienes alguna sugerencia o mejora para futuros relatos me encantaría que me lo dijeras, de una escritora como tú son siempre bienvenidos todos los consejos.
Bueno, ya leíste el relato sobre el corrupto, que también era una entrevista. Mi idea es que casi todo el mundo tiene un precio, pero que hay gente, aunque poca, que no lo tiene. No sé.
En cuanto a consejos, no sabría que decirte. Yo creo que está bastante bien. No me considero tan buena como para dar consejos a nadie XD