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El coche fantasma

5-XI-2010

Era una fría madru­ga­da de diciem­bre. Como cada día, Lucía se lev­anta­ba muy pron­to para acud­ir a tiem­po a su cita lab­o­ral. No sabía por qué, pero ese día se encon­tra­ba inqui­eta, nerviosa… No había razón algu­na, pues iba a ser un día monótono: tenía informes pen­di­entes que debía ter­mi­nar por la mañana, com­er con su her­mana como solía hac­er de vez en cuan­do, una reunión con el jefe por la tarde, y ter­mi­nar la jor­na­da lab­o­ral ade­lan­tan­do el tra­ba­jo para el día sigu­iente. Nada fuera de lo común. Aún así, se sen­tía extraña.

No importán­dole, bajó al gara­je como siem­pre hacía, a mon­tarse en su fla­mante bici­cle­ta e ir al tra­ba­jo de ese modo. Le gusta­ba hac­er un poco de deporte mien­tras iba al tra­ba­jo, desa­ten­di­en­do com­ple­ta­mente cualquier indi­cación de gente cer­cana que le recomend­a­ba no ir sola a esas horas de la madru­ga­da en bici­cle­ta. Nun­ca pasó nada malo… así que nada malo podría o debía ocur­rir­le.

Abrió la puer­ta del gara­je con su man­do, se mon­tó en la bici­cle­ta y comen­zó a ped­alear, no sin antes haberse ase­gu­ra­do que la puer­ta del gara­je esta­ba com­ple­ta­mente cer­ra­da. Avanzó por las calles de su bar­rio has­ta ir aban­donán­do­lo poco a poco ya que salía con tiem­po sufi­ciente como para poder lle­gar sin prisas. A esas horas no suele haber nada de trá­fi­co, le encanta­ba la lib­er­tad que sen­tía, porque rara vez se cruz­a­ba con algún otro vehícu­lo por esa zona. Aunque esta vez era difer­ente, un res­p­lan­dor a lo lejos per­tur­bó su cal­ma. Era un coche, no pasa­ba nada -pen­só. Ese coche se le fue acer­can­do más y más has­ta lle­gar a su altura. El coche avanzó muy rápi­do -era nor­mal, ya que ella iba en bici­cle­ta-, pero a su altura se detu­vo… Inten­tan­do no molestar al coche, Lucía se arrimó un poco para dejar­le el espa­cio sufi­ciente para que pudiera ade­lan­tar­la, aunque no lo hizo. Sigu­ió ped­ale­an­do, y más ade­lante donde pudo arri­marse de nue­vo, lo hizo… aunque con el mis­mo resul­ta­do, tam­poco ade­lan­tó. Y cabrea­da, paró com­ple­ta­mente la bici para que pasara, pues ya empez­a­ba a sen­tirse algo moles­ta. A la mis­ma vez, el vehícu­lo que la pre­cedía tam­bién se detu­vo… aunque la sor­pre­sa no sería esa, que tam­bién, la autén­ti­ca sor­pre­sa de Lucía fue cuan­do, al girarse a ver qué pasa­ba, se per­cató de que en el asien­to del tur­is­mo no había nadie, ¡nadie pilota­ba ese coche!

No podía creerse lo que esta­ba vien­do, así que pen­só en lo mal que se sen­tía, cer­ró los ojos y los abrió de nue­vo. Y en efec­to, nadie esta­ba en ese coche, ¡con­ducía solo! Nerviosa y apresura­da se puso a ped­alear, con todas sus fuerzas, lo más rápi­do que podía. Nun­ca había ped­alea­do a tal veloci­dad. Se gira­ba, y veía de reo­jo como el coche le perseguía a la mis­ma veloci­dad que ella era capaz de desar­rol­lar con su bici­cle­ta. No se sep­a­ra­ba para nada, y el coche seguía cir­cu­lan­do sin nadie al volante. Su corazón cada vez latía más y más deprisa, sus pul­sa­ciones alcan­z­a­ban números de vér­ti­go, apun­to del infar­to. Se nota­ba que no podía más… aun así, seguía. Veía como el coche la perseguía, y eso le hacía sacar fuerzas de donde no las había para seguir ped­ale­an­do, pese al esta­do de nervios en el que se encon­tra­ba…

Una piedra en medio del camino pre­cip­itó su caí­da, una caí­da que había lle­ga­do en el momen­to que menos esper­a­ba, ya que fuera lo que fuera que le perseguía, la había alcan­za­do. Al caer al sue­lo, olvidán­dose de las mag­ul­laduras y golpes recibidos, sólo pen­só en mirar hacia atrás, el coche seguía ahí, para­do… De repente se dio cuen­ta que, a unos 300 met­ros, había un hom­bre pase­an­do a su per­ro; gritó y pidió ayu­da. El hom­bre tan rápi­do como pudo, acud­ió al lugar del acci­dente… aunque la may­or sor­pre­sa de Lucía no habría sido ningu­na de todas las vivi­das. Ésta vino cuan­do el hom­bre le pre­gun­tó qué le había pasa­do, y ella le dijo que el coche que esta­ba ahí para­do esta­ba per­sigu­ién­dola y se cayó…

El hom­bre la miró asom­bra­do durante unos segun­dos y poco después le respondió que ahí no había ningún coche… El cruce de miradas y la cara de per­ple­ji­dad de ambos eran dig­nas de una fotografía. Lucía miró de nue­vo hacia donde esta­ba el coche, y en efec­to, había desa­pare­ci­do. Aunque el hom­bre en ningún momen­to logró ver nada, ni siquiera cuan­do Lucía pasó a toda veloci­dad por delante de su per­ro y él.

A día de hoy, Lucia sigue pre­gun­tán­dose qué pudo pasar aquel día. Des­de entonces, optó por seguir los con­se­jos que has­ta el momen­to sis­temáti­ca­mente había rec­haz­a­do, no volvió a ir nun­ca más al tra­ba­jo en bici­cle­ta. Aunque segu­ra­mente… ésta no fuera la causa. Quizá en el momen­to menos esper­a­do, le suce­da algo sim­i­lar en el trayec­to de su casa al tra­ba­jo con su coche… ¿Quién sabe? Quizá has­ta pue­da ocur­rirte a ti.

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