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Reseña: Cyrano de Bergerac, de Edmond Rostand

16-III-2016

Cyrano de Bergerac, de Edmond Rostand

Cyra­no de Berg­er­ac, de

Pági­nas: 240 ISBN: 9788467036312

Com­prar: papel no disponible en ebook Edi­to­r­i­al: Aus­tral ficha del libro

Sinopsis

Per­son­aje pen­denciero, jugador, lib­erti­no y libre pen­sador, mate­ri­al­ista y poco román­ti­co, céle­bre por su despro­por­ciona­da nar­iz, Ros­tand con­vir­tió a Cyra­no de Berg­er­ac en mito y héroe nacional, hacién­dole pasar de la his­to­ria a la leyen­da. Esta edi­ción pre­sen­ta la magis­tral tra­duc­ción real­iza­da por Jaime y Lau­ra Camp­many respetan­do escrupu­losa­mente la métri­ca en que había sido escri­ta la obra orig­i­nal. Con ella dis­frutare­mos, en toda su fuerza y viveza, de la musi­cal­i­dad y el rit­mo del ver­so francés.

Opinión

RESEÑA NÚMERO 100

Conocí este libro gra­cias a @BettieJander de Cuader­no de Retales, porque tan­to el libro como el per­son­aje son sus favoritos. Y porque me recomendó su lec­tura, y uno tiende a hac­er caso a la gente que sabe.

Es el primer libro de teatro que leo; y el primer libro de poesía. He leí­do poe­mas, pero no poe­mar­ios; ni demasi­a­dos poe­mas tam­poco, para qué negar­lo. Por lo que, sin­ce­ra­mente, no ten­go ni idea, ni de teatro ni de poesía. Así que aunque ten­go admiración máx­i­ma por quienes son capaces de com­pon­er un poe­ma —creo que es algo ver­dadera­mente com­pli­ca­do; fuera de mi alcance—, no puedo criticar pos­i­ti­va ni neg­a­ti­va­mente la cal­i­dad de un poe­ma. Así que me cen­traré en lo que un neó­fi­to como yo pudo sen­tir al leer este clási­co.

Supon­go que será algo fre­cuente, pero como no ten­go con qué com­parar, quiero destacar lo que he dis­fru­ta­do leyen­do los diál­o­gos de Cyra­no en los que se man­i­fi­es­ta clara­mente su per­son­al­i­dad más satíri­ca e iróni­ca; esa for­ma de dejar en ridícu­lo a sus «opo­nentes», y enci­ma hacién­do­lo en ver­so, me ha pare­ci­do sub­lime.

Es evi­dente que el propósi­to de Ros­tand al escribir esta obra era miti­ficar a Cyra­no de Berg­er­ac y que sobre­saliera entre el resto de per­son­ajes; y sin duda lo con­sigue. Aunque todos los per­son­ajes, o su may­oría, tienen clara­mente un moti­vo para que exis­tan, per­fec­ta­mente sal­vo dos o tres podrían ser pre­scindibles; y aún así seguiría sien­do una obra redon­da sim­ple­mente por con­tar con la pres­en­cia del alma de Cyra­no, que Ros­tand plas­mó con tan­ta bril­lantez en sus diál­o­gos.

Cyra­no es la encar­nación de la superación de obstácu­los que se con­vierten en prob­le­mas. En una época en la que la apari­en­cia —todavía más si cabe que en ésta— era fun­da­men­tal, que alguien naciera con un prob­le­ma como el suyo era un las­tre difí­cil de sobrell­e­var. Es tam­bién una fer­oz críti­ca a la apari­en­cia y a la belleza exte­ri­or en detri­men­to de la inte­ri­or, cuan­do lo habit­u­al es (o debería) que la exte­ri­or dis­min­uya y la inte­ri­or aumente con el paso de los años. Pero las cosas siguen sien­do igual aho­ra que entonces, y me temo que no cam­biarán jamás.

Pese a que es una obra pura­mente román­ti­ca, pien­so que no es la típi­ca ñoña­da de aque­l­la época reple­ta de cur­si­ladas por todas partes. En real­i­dad hay dos Cyra­no en una mis­ma per­sona: el fiero y temi­do espadachín que emplea su astu­cia para hilar unos ver­sos con otros y sor­pren­der a los que se meten con él, y el román­ti­co que ama a Rox­ana por enci­ma de todas las cosas. Pero en toda la his­to­ria no hay, de ningu­na de sus dos per­son­al­i­dades, una can­ti­dad tan ele­va­da como para hac­erse pesa­da; se com­bi­nan per­fec­ta­mente entre sí, y tan pron­to está sus­pi­ran­do por su ama­da —y nosotros, mien­tras lo leemos—, como saca su espíritu bra­vo y luchador con­tra cualquier otra per­sona. De hecho, hay un pasaje en la obra que remem­o­ra la Guer­ra de los Trein­ta Años entre las tropas france­sas y españo­las, lleván­donos has­ta el Sitio de Arras donde hay una muy emo­cio­nante esce­na que mez­cla el roman­ti­cis­mo con la bravu­ra.

Personajes

Aunque hay muchos per­son­ajes, per­mi­tidme que me quede úni­ca­mente con dos.

Cyra­no de Berg­er­ac. Primero se nos mues­tra a un Cyra­no burlón e iróni­co, un caballero y exce­lente espadachín, que aunque nadie envidia por su físi­co —espe­cial­mente su ros­tro—, sí por su cere­bro y por su destreza en com­bate. Después, cuan­do se nos pre­sen­ta a su enam­ora­da, nos mues­tran a un Cyra­no res­ig­na­do, que sabe que con un ros­tro un poco mejor cince­la­do podría hac­er real­i­dad sus deseos para con esa chi­ca. Cuan­do un día su ama­da lo lla­ma para hablar, y él cree que es el momen­to idó­neo para decir­le lo que pien­sa, resul­ta que de lo que quiere hablar esa chi­ca es de lo mucho que le gus­ta otra per­sona que él conoce —tan típi­co…—. Este per­son­aje despier­ta admiración máx­i­ma por su res­i­gnación, por dejar en segun­do plano sus sen­timien­tos, por la de cosas que le diría a su enam­ora­da… pero que no puede le decir direc­ta­mente porque cree que aunque a ella le encan­taría escuchar lo mucho que a él le gus­taría decir, a ella no le gus­taría que fuera él quien dijera esas cosas.

Rox­ana: la señori­ta de esta his­to­ria. Vive enam­ora­da del físi­co de un hom­bre y el cere­bro de otro, aunque ella no lo sabe y pien­sa que son la mis­ma per­sona. Parece no ser tan super­fi­cial como Cyra­no pien­sa, y en cier­to momen­to de la his­to­ria lo demues­tra, pero al menos para Cyra­no ese momen­to ya es tarde… y no diré más. En real­i­dad en bue­na parte de esta his­to­ria no es sino la diana a la que apun­tan todas las pal­abras que dice Cyra­no, y que ella desconoce su proce­den­cia, pero tam­bién es intere­sante el momen­to en que des­cubre quién es el emisor; y tam­bién lo que nos deja: que a veces las apari­en­cias engañan, y que no por ser una mujer pre­ciosa debe val­o­rar la apari­en­cia exte­ri­or por enci­ma de todo.

Pros y contras

Mi pro, sin duda: des­cubrir el teatro y la poesía de esta for­ma y con este libro… y, claro: no morir en el inten­to. Esta­ba bas­tante asus­ta­do: me ech­a­ba un poco para atrás las acota­ciones, los nom­bres de los per­son­ajes en cada nue­va línea de diál­o­go, y todo el tex­to ínte­gro en ver­so, cuan­do es algo que está total­mente fuera de mi «zona de con­fort». Y de ver­dad: no tardé demasi­a­do en acos­tum­brarme a ello, no es para tan­to. Es más el «miedo» que te hace ten­er la mente antes de pon­erte a ello que luego lo que es en sí. Como diría Bar­ney Stin­son: chal­lenge com­plet­ed!

Y si hay algún con­tra que pon­er­le —o pon­erme— es no haber­lo leí­do antes.

Cita

Quiero destacar un pequeño frag­men­to de este libro, uno de los tan­tísi­mos diál­o­gos que te hacen sacar una son­risa cuan­do los lees, y admi­rar de man­era infini­ta la mente de quien hizo real­i­dad estas rimas; y tam­bién a los tra­duc­tores, que si ya de por sí es com­pli­ca­do com­pon­er un poe­ma, no quiero ni imag­i­nar el tra­ba­jo que debe de lle­var tra­ducir­lo respetan­do el sen­ti­do de las fras­es, la métri­ca y la caden­cia.

Ésta, para que sepáis a cuen­to de qué viene, es la respues­ta de Cyra­no a un tipo que, dis­im­u­lada­mente, tra­ta de ofend­er­le dicién­dole que tiene «una nar­iz muy grande». La respues­ta, opino: bril­lante.

[…] Eso es muy cor­to, joven; yo os abono
que podíais vari­ar bas­tante el tono.
Por ejem­p­lo: Agre­si­vo: «Si en mi cara
tuviese tal nar­iz, me la amputara.»
Amis­toso: «¿Se baña en vue­stro vaso
al beber, o un embu­do usáis al caso?»
Descrip­ti­vo: «¿Es un cabo? ¿Una escollera?
Mas ¿qué digo? ¡Si es una cordillera!»
Curioso: «¿De qué os sirve ese acce­so­rio?
¿De ala­ce­na, de caja o de escrito­rio?»
Burlón: «¿Tan­to a los pájaros amáis,
que en el ros­tro una alcán­dara les dais?»
Bru­tal: «¿Podéis fumar sin que el veci­no
—¡Fuego en la chime­nea!— grite?» Fino:
«Para col­gar las capas y som­breros
esa per­cha muy útil ha de seros.»
Solíc­i­to: «Com­pra­dle una som­bril­la:
el sol ardi­ente su col­or man­cil­la.»
Pre­vi­sor: «Tal nar­iz es un exce­so:
bus­cad a la cabeza con­trape­so.»
Dramáti­co: «Evi­tad riñas y eno­jos:
si os lle­gara a san­grar, diera un Mar Rojo.»
Enfáti­co: «¡Oh nar­iz!… ¿Qué ven­daval
te podría res­fri­ar? Sólo el mis­tral.»
Pedan­tesco: «Aristó­fanes no cita
más que a un ser sólo que con vos com­pi­ta
en osten­tar nar­iz de tan­to vue­lo:
El Hipocam­pele­phan­to­came­lo.»
Respetu­oso: «Señor, bésoos la mano:
digna es vues­tra nar­iz de un sober­a­no.»
Ingen­uo: «¿De qué haz­a­ña o qué por­ten­to
en memo­ria, se alzó este mon­u­men­to?»
Lison­jero: «Nar­iz como la vues­tra
es para un per­fumista lin­da mues­tra.»
Líri­co: «¿Es una con­cha? ¿Sois tritón?»
Rús­ti­co: «¿Eso es nar­iz o es un melón?»
Mil­i­tar: «Si a un castil­lo se acomete,
aprontad la nar­iz: ¡ter­ri­ble ari­ete!»
Prác­ti­co: «¿La ponéis en lotería?
¡El pre­mio gor­do esa nar­iz sería!»
Y final­mente, a Píramo imi­tan­do:
«¡Mal­hada­da nar­iz, que, per­tur­ban­do
del ros­tro de tu dueño la armonía,
te son­ro­ja tu propia vil­lanía!»
Algo por el esti­lo me dijerais
si más letras e inge­nio vos tuvierais;
mas veo que de inge­nio, por la traza,
tenéis el que ten­drá una cal­abaza
y ocho letras tan sólo, a lo que infiero:
las que for­man el nom­bre:
Majadero. Sobre que, si a la faz de este con­cur­so
me hubie­seis dirigi­do tal dis­cur­so
e, inge­nioso, estas flo­res ded­i­ca­do,
ni una tan sólo hubierais ter­mi­na­do,
pues con más gra­cia yo me las repi­to
y que otro me las diga no per­mi­to.

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2 comentarios

  1. Me ale­gro de que te haya gus­ta­do. Es un libro impre­scindible e inolvid­able a mi modo de ver 😀

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