Amigos para siempre
11-III-2016

Como cada vez que sus obligaciones diarias se lo permitían, y la familia le daba un respiro, se escapaba un rato con su fiel amigo peludo al bosque que hay detrás de su casa a correr. A correr, destacaba, no a hacer running, ni footing, ni todos esos anglicismos, en su opinión, estúpidos, que no hacen sino restarle importancia a su idioma natal. Siempre se le ocurría un sitio nuevo por el que ir, siempre tenía una carrera que preparar y un montón de kilómetros por hacer; y su fiel mascota estaba siempre anhelando el momento en que le pusiera el arnés y disfrutar, trotando, de la mejor compañía que podía desear: la de su fiel amigo humano.
Aquel día el bosque estaba mucho más solitario de lo habitual; no se veían niños jugando —ni adultos diciéndoles que no hagan el bruto porque acabarán haciéndose daño—, no se veían adolescentes paseando, ni otros tantos compañeros haciendo deporte, a los que seguía llamando compañeros pese a que la mayoría ni siquiera le saludaban al pasar.
—Hoy me parece que no vas a encontrarte con muchos amigos con los que jugar, ¿no te parece extraño? —le dijo a su perro.
El perro, como si entendiera, alzaba la cabeza y miraba, prestando atención.
«Mira, qué majo, siempre que le digo algo está súper atento»
—Me gusta pensar que me entiendes, ¿sabes? Lo malo es que yo no puedo entenderte a ti tan bien como parece que tú me entiendes a mí.
Al poco emprendieron el camino de vuelta a casa; lo bueno de frecuentar una zona es que conoces todos los caminos y senderos como si fuera tu propia casa, prácticamente sabes cuántos kilómetros has hecho sin siquiera mirarlo, y cuándo es momento de retirarse; lo malo es que a veces puede resultar monótono, pero yendo en buena compañía todo es más ameno.
«He salido de casa y vuelto sin cruzarme con absolutamente nadie, ¿no es extraño?», se dijo.
—En fin, chico, ¿te lo has pasado bien? Te he visto fuerte, ¿eh? Y en el último kilómetro me has dejado con la lengua fuera. ¡Así me gusta, campeón! Vamos arriba, hoy te espera ración extra de galletitas.
Subieron, como era habitual, las escaleras lo más aprisa que ambos pudieron; lógicamente el perro siempre ganaba en estas pequeñas competiciones, pero no importaba.
Abrió la puerta.
—¡Ya estoy en casa! ¿Me habéis echado de menos?
Nadie respondió.
—¿Hola? ¿Ya ni siquiera saludáis cuando vengo o qué? Nos ha ido genial el entreno, gracias por vuestro interés.
Nadie respondió.
Se dirigió hacia la cocina, donde tenían la pizarra de las notas; en ella siempre solían apuntar cosas relevantes, y sobre todo, cuando no iba a haber nadie en casa si supuestamente tenía que haber alguien, para que el que llegara supiera qué había pasado.
«Aquí no hay nada, qué extraño… llamaré a Carlos por teléfono a ver qué les ha pasado»
El teléfono de Carlos sonó hasta que saltó el buzón de voz.
—Carlos, llámame cuando oigas esto; acabo de llegar a casa y no hay nadie ¿os ha pasado algo? Besos —fue el mensaje que le dejó, sin esperanza de que lo oyera y contestara; Carlos tenía activado el buzón de voz por costumbre, pero jamás solía escuchar los mensajes… creía incluso que ni siquiera sabría cómo escucharlos.
—Pues nada, campeón, a esperar. Pero antes, lo prometido es deuda: toma tus galletitas. Siempre he pensado a qué sabrán, y si te gustarán tanto como a mí la pizza o una hamburguesa… te pones muy contento cuando te las doy, ¿eh? Venga, hoy cinco. Pero vas a tener que acostarte conmigo en el sofá para hacerme compañía, ¿vale? Trato hecho, ¿a que sí? ¡Claro! Ya lo sabía yo.
Pasaron las horas y nadie llegó a casa. Llamó por teléfono a su hijo Kike pero lo tenía apagado; también llamó por teléfono a su hija Marta con idéntico resultado. Llamó por teléfono a su madre y terminaron los tonos sin que contestara nadie.
«¿Pero qué diablos pasa hoy? ¿Qué clase de broma es esta? ¿Acaso se han ido todos de vacaciones y me han dejado a mí sola? Bueno, sola no, le tengo a él… pensándolo bien, si así fuera, me habían dejado en muy buena compañía» —sonrió para sí, como siempre que pensaba lo feliz que la hacía aquel bichito peludo, tan guapo, que llegó a ella casi por casualidad y del que jamás se había separado salvo lo imprescindible.
Siendo honesta consigo misma empezaba a preocuparse. Intentó quitarse las ideas raras que pasaban por su cabeza diciéndose a sí misma que cada vez se parecía más a su madre, pero cuando su familia no estaba donde se suponía que debía estar y no había forma de ponerse en contacto con ninguno de ellos no podía evitar preocuparse.
—¿Qué te parece si ponemos un poco la tele, amigo? Lo mismo hasta pillamos por algún canal a tu ídolo, Rex. ¿Te apetece verle un rato? Venga, seguro que sí, voy a buscarlo.
Encendió la televisión. Estaba en el canal de noticias veinticuatro horas, el canal que solían ver por las mañanas para enterarse de las últimas noticias importantes antes de que ellos se fueran a trabajar y los pequeños al colegio. Aparecían personas equipadas con trajes completos de protección contra enfermedades bacteriológicas y militares; en la barra informativa aparecía el escalofriante titular: ÚLTIMA HORA: ATAQUE TERRORISTA; y las personas entrevistadas estaban informando de que desde varios puntos del planeta terroristas desconocidos habían propagado un virus biológico muy potente, todavía sin identificar, que en tan poco tiempo por el número de casos detectados y contagios entre infectados había alcanzado el grado de pandemia en fase seis. También decían que se propagaba por el aire, y que estaban haciendo estudios a un número reducido de personas y animales que parecían inmunes al virus, para intentar encontrar la causa de esta inmunidad y, una vez detectada, estudiar si podría hallarse la fórmula que permita crear un antídoto para los infectados que todavía permanecieran con vida.
Dieron paso a los presentadores habituales, esta vez también ellos con equipos de protección, diciendo que pese a las terribles noticias que les había tocado comunicar esa noche, querían arrojar un poco de esperanza a aquellos espectadores que les estuvieran viendo en esos momentos, porque con un nivel de probabilidad bastante elevado eran inmunes a la infección. Asimismo la OMS les pedía encarecidamente que acudieran a su hospital más cercano para prestarse voluntarios para que fueran llevados a los laboratorios más próximos instalados a efecto de frenar lo más rápido posible la pandemia.
Miró a su amigo peludo. Con toda probabilidad, habían dicho, ambos eran inmunes a lo que sea que estuviera matando a tanta gente. Recordó que estaban solos, y que nadie de su familia contestaba a sus llamadas. Una lágrima salió de su ojo y resbaló por su mejilla mientras acariciaba la cabeza de su fiel amigo, que parecía tan feliz como lo había estado un rato antes corriendo por el bosque.
¿Has encontrado algún error en el texto anterior? Me ayudarías mucho si lo reportaras.
Joder, qué palo… :/
Para qué conformarse con matar a uno cuando puedes matarlos a todos. 😛
¡Me encanta! *__________*
Yo que soy muy gore y sádica jajajajaja
A mí también me encanta matar a los personajes, jaja. No me siento mal a cargármelos cuando escribo, pero cuando estoy leyendo algún libro y se cargan al personaje que me gusta me pone triste. 🙁 Contradicciones. 😛